13.6.10

Dios, las constantes lógicas y los Mundos posibles

 Dios, las constantes lógicas y los Mundos posibles

El signo no significa sino haciéndose olvidar y ese olvido es su relación con el Mundo.
A su vez, el Mundo se da como ausente en el lenguaje. La pertinencia de la enunciación no depende de los hechos.
La negación o la afirmación son internas a la proposición, ser o no ser posible no es correlativa a la referencia de las cosas.
En la forma de la discursividad la oposición no reside entre lo verdadero y lo falso sino entre lo inteligible y lo insignificante. No hay falsedad lógica en tanto hay inteligibilidad. Lo falso enuncia siempre una posibilidad, es decir, un modo de lo posible.
La negación es inherente a la proposición independientemente de que no puede haber “no hechos”.
La enunciación dice un estado de cosas al margen de su ocurrencia, afirma una posibilidad aún negándola. Toda proposición, verdadera o falsa, conforma una posibilidad, la imagen de un Mundo posible.
La combinación de una proposición y su contraria: < P y no P > resulta siempre verdadera en tanto P no sea ambas cosas a la vez.
El lenguaje, cerrado en sí mismo, desde su tautología, otorga una imagen del Mundo que  agota el espacio lógico diciendo cada vez lo Mismo, lo Uno, lo Idéntico como totalidad de lo posible.
Esta tautología tiene una relación vacía con el Mundo, pero es una relación privilegiada con lo Real..
Lo vacío, por su ausencia, se hace presente en todas partes.
El Uno, lo Mismo puede ser pensado como el Otro de un Otro.
La exterioridad del Otro es la interioridad del Mismo. Lo Mismo, como singularidad,  lo es por lo que no es, identificándose por una negación.
Pero para que exista un Mismo se requiere que haya un Otro y ese es el origen del infinito. Y lo infinito es el vacío donde opera la repetición de lo finito.
La conciencia de un sujeto se conforma reconociendo que él es todo lo que no es. Un Yo es tal no siendo Otro.
Por lo tanto, cabe preguntarse de qué Mundo es imagen una proposición negativa y es posible que no refiera a nada.. El misterio de la negación consiste en que ciertas cosas no ocurren pero puede decirse como no ocurren.
La no ocurrencia no es nada sino la ausencia de cierta configuración que no deja de ser posible.
La negación es un figura proposicional y no una imagen real, una constante lógica que no niega porque no se opone a una realidad opuesta.
Toda negación afirma un “Mundo posible”.
Enunciar < A cree P > es una proposición verdadera aunque no signifique que P sea verdadera.
P representa un estado de cosas posible.
Hay una relación de juego o de creencia entre los estados reales y los posibles. Si P es falso en lo Real no deja de ser verdadero en otra realidad posible, y el Mundo Real es un mundo entre otros posibles.
El lenguaje es un sistema de mundos posibles a los que toda no ocurrencia remite.
La negación conlleva, en esencia, la condición de una afirmación probabilística.
Hablar de “mundos posibles” es rechazar la ontología de la Presencia, del ser Uno como Real basada en la tricotomía por la que el Ser que caracteriza la identidad es el que caracteriza la presencia y la atribución inscripta en la forma < A es B > ( sujeto-verbo.predicado). Y aquí la existencia como presencia es impredicable por la atribución.
Antes de decir < A es B > como soporte de la atribución es necesario formular < A es > donde “ser”funciona como predicado y por lo tanto es más posible que Real.
La atribución no es contingente respecto al nombre A, idéntico a través del tiempo. La contingencia corresponde al mundo de enunciados que hace posible un determinado A que responde al conjunto de las atribuciones enunciadas donde no se puede diferenciar al verbo cópula ser de la existencia, ni se puede aislar la identidad de las atribuciones que la definen.

A partir aquí se comprende lo monstruoso de la existencia del nombre Dios dentro del lenguaje.
Un Dios que existe dentro del lenguaje e impone el dominio de lo Absoluto por sus atributos divinos.
El nombre de Dios significa no solo que lo que es allí nombrado no pertenece a la naturaleza del lenguaje que lo dice sino que lo determina como Borde y Límite por su cara interna mientras se ubica, por su lado externo, como el Afuera de todo lo decible.
Siendo el lenguaje un sistema de diferencias donde la diferencia determina la Identidad de cada cosa, un Dios que siendo Uno no admite diferencias, no puede tener Identidad en el lenguaje.
Dios es un término que enuncia una ausencia de relación entre el signo y lo pensable.
Dicho nombre que no posee nada que le sea propio, ni da lugar a nada, que queda siempre por nombrar que, sin nominar, transmite al lenguaje todo el poder devastador de la  no-designación que lo vincula consigo mismo, el vacío donde toma la forma de la presencia y la existencia,
Esta perversión del nombre permite a San Anselmo formular “la Prueba Ontológica” de su existencia por un fenómeno de refracción de las palabras y los conceptos:

"[...] creemos ciertamente que Tú eres algo mayor que lo cual nada puede pensarse.  ?Y si, por ventura, no existe una tal naturaleza puesto que el insensato dijo en su corazón: no existe Dios? Mas el propio insensato, cuando oye esto mismo que yo digo: "algo mayor que lo cual nada puede pensarse", entiende lo que oye; y lo que entiende está en su entendimiento, aunque no entienda que aquello exista realmente. Una cosa es, pues, que la cosa esté en el entendimiento, y otra entender que la cosa existe en realidad. [...] El insensato debe convencerse, pues, de que existe, al menos en el entendimiento, algo mayor que lo cual nada puede pensarse, porque cuando oye esto, lo entiende, y lo que se entiende existe en el entendimiento. Y, en verdad, aquello mayor que lo cual nada puede pensarse, no puede existir sólo en el entendimiento. Pues si sólo existe en el entendimiento, aquello mayor que lo cual nada puede pensarse es lo mismo que aquello mayor que lo cual puede pensarse algo. Pero esto ciertamente no puede ser. Existe, por tanto, fuera de toda duda, algo mayor que lo cual nada puede pensarse, tanto en el entendimiento como en la realidad. [...] Luego existe verdaderamente algo mayor que lo cual nada puede pensarse, y de tal modo que no puede pensarse que no exista. [...]"

El nombre de Dios en el lenguaje no habla más que como enfermedad por la que el lenguaje mismo se encuentra quebrado, ruptura que el habla es obligada a tomar como su validez, como salud, aquello que es su mal más profundo, incluir un nombre irrecuperable que queda siempre sin nombrar y que no nombra nada.
Siendo parte del lenguaje, el nombre de Dios contamina al pensamiento de su enfermedad incurable: la Unidad única de todo lo existente.

A Dios se le atribuye la infinitud en todos sus grados a la vez que, lo infinito es el límite conceptual de un pensar finito.
Al igual que el cero, el infinito es engendrado, “producido” por la Razón, como lo opuesto a lo finito
mediante una consecuencia de su propia inteligibilidad ya que no puede haber experiencia sensible de la infinitud.
La asimilación de lo infinito en lo finito se produce por las operaciones maquinales de un dispositivo lógico, el núcleo conceptual que conforma el “sistema- Dios”.
Este dispositivo resulta de la inducción máxima de la relación antagónica entre lo Sensible y lo Inteligible.
El “sistema-Dios” se comporta como una expansión del espacio discursivo generado por un concepto ideal que actúa como contrafigura de todas las determinaciones del pensar mismo.
Así, lo Absoluto, lo Eterno, lo Infinito son producidos automáticamente por una razón que opera sobre su propia contingencia finita y temporal a través de una idea que excede la naturaleza misma de su racionalidad.
Por lo tanto el “sistema-Dios” conforma una excrecencia, un exceso del pensamiento mismo, excrecencia definida como aquello que se representa en la situación  sin estar presente en la situación.
Es decir, Dios es representado en el discurso sobre las cosas sin haber estado nunca presente.
Este exceso del pensamiento solo es excrecencia con respecto a su límite y solo puede ser entendido como afirmación del límite del pensar.
Por lo tanto, el Dios de la teología no es en sí mismo absoluto, ni infinito, ni eterno, lo es como reverso de los límites de la misma razón que lo concibe.
Ahora bien, esa representación de lo que no se presenta y a la que se le atribuye la Presencia misma
permite una ampliación del espacio discursivo pero, al mismo tiempo, lo dispersa al fijar la centralidad jerárquica en el límite.
Este desplazamiento de la centralidad de lo pensable que es el Ser, al límite del pensar produce como efecto un vacío que el pensamiento no puede ocupar.
Es según este desplazamiento que, el nombre de Dios puesto dentro del lenguaje como nombre propio que refiere a lo Innombrable, instala la inconsistencia como enfermedad del lenguaje.
Decir ya no solo dice lo ausente como presente sino que dice lo inexistente como Presencia.
Refiere la falta de un referente con un nombre propio y se obliga a pensar esa ausencia como el modo absoluto del Ser.
Aunque se secularice y proclame la muerte de la divinidad, Dios aún no siendo ya Dios sigue siendo Dios en el lenguaje, una excrecencia por la que el lenguaje siempre dice más de lo que puede decir.

Por otra parte, la Razón Óptica debe resolver otra cuestión sin contradecirse: la infinitud no puede ser atributo de lo Uno sino de la multiplicidad.
Si bien, lo infinito no puede ser pensado como tal, pueden ser pensadas sus condiciones:
-Un punto inicial dado como existente.
-Una regla o Ley de recorrido que indique la derivación de un término en otro y que esa regla opere
“infinitamente” sobre una multiplicidad donde el aún insiste.
-La multiplicidad debe poseer una naturaleza ordinal, o sea, ser un conjunto transitivo cuyos elementos son todos transitivos entre sí.
-Todo elemento del ordinal  debe ser, a su vez, un ordinal, garantizando la homogeneidad de la multiplicidad.
Mediante estas condiciones, el pensamiento ha creado una idea que no puede pensar y, en consecuencia, nombrar.
Apenas es capaz de designarlo como un efecto de la “potencia del contínuo”  que genera un excedente a su propia totalidad.
El pensamiento no puede pensar lo infinito o lo eterno pero puede concebir un dispositivo “operador” que efectúe un recorrido de lo infinito, un dispositivo lógico y matemático que reglamentando el pasaje de un término a otro y cuya constancia  permite asegurar la infinitud de una serie múltiple.
Este dispositivo lógico se traduce en un operador lingüístico que se nombra como Dios, cuya función es generar un referente para el signo de lo infinito.
Pero la constatación operativa de la infinitud, aún siendo inteligible, no anula el carácter corrosivo de lo infinito sobre la razón.
Lo infinito no solo impide que haya Ser como Uno sino que, fundamentalmente, impide que haya un Todo.

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