31.10.07

El Cuerpo como Texto
La obra de Bacon revela el conflicto de fuerzas originante de la cultura occidental: por un lado la razón, por otro, la carne, en el centro la pintura que instala, en espacios ascéticos, los cuerpos desgarrados por la identidad inalcanzable, por el equilibrio imposible.

En la cultura moderna el cuerpo humano es un cuerpo tachado, la historia de un cuerpo que se escribe, se lee y se representa para luego ser tachado.
Si toda representación del cuerpo es inadecuada, debe tacharse. Pero, aún tachado, lo corporal es todavía legible como significado.
Ya Heidegger tachaba tipográficamente la palabra Ser para indicar un contrasentido, la doble condición de un término insuficiente pero necesario.
Cada representación del cuerpo conlleva la misma contrariedad.
El cuerpo, ya sea como ser vivo o cosa, nunca resulta en una totalidad.
La mitad del mismo pertenece a lo espectral y la restante no es cuerpo.
Ninguna imagen del cuerpo es definitiva, porque sería la figura imposible de algo ausente.
Los contornos del cuerpo se inscriben en horizontes infinitos sin contextos que puedan limitarlo; por lo tanto, la representación del cuerpo nunca llega a completarse.
De las lecturas del cuerpo no resulta un significado, por lo contrario, todos los significados se ausentan; refiriendo a los discursos corporales como huellas.
Cualquier lectura corporal está tachada, o sea que está habitada por el trazo de otra significación que se resiste a ser invocada. En su representación el cuerpo jamás está totalmente presente porque su significado aparece disperso, fragmentado, sin integrarse nunca con sí mismo.
Por lo tanto, no puede existir una presencia absoluta del cuerpo en un solo momento que se considere como 'ahora'.
Esta imposibilidad proviene de un método de representación fundamentado en la certeza de que el cuerpo es la entidad expresiva primaria, una fuerza que se mantiene estática y erecta con respecto a su peso, actuando como una plomada que determina un mundo vertical y un mundo horizontal.
Una lectura en sentido negativo que liberara al cuerpo de su gravitación generaría otros mundos, anversos a lo vertical y lo horizontal.

La explicitación del método es una estrategia deliberada, una desviación para provocar el imaginario de un cuerpo tachado.
Nietzsche afirmaba que en lugar de estar dentro de nuestros cuerpos es más probable encontrarse afuera, en los efectos, en todo lo que somos, nuestras amistades y enemistades, nuestra mirada y cómo sostenemos la mano, nuestra memoria y olvido.
Cómo se está fuera y adentro admite una doble lectura. Lecturas que no pueden ser contenidas en el afuera ni en el adentro en el adentro, que impiden el advenimiento de la unidad.
Los límites del cuerpo son los límites de todo proceso de lectura, representación o interpretación.
Suprimiendo, la frontera de la línea de contorno, dispersando los bordes de la Figura, Bacon revela la naturaleza ilegible del cuerpo humano, y con ello la ilegibilidad de todo lo visible.

El abandono de la figuración “realista” es una actitud común y definitoria de la pintura contemporánea, pero el modo con que Bacon rompe con esa figuración es absolutamente original, no participa de las practicas del impresionismo o expresionismo ni del simbolismo o del cubismo o la abstracción.
Nunca ( excepto Miguel Ángel) un artista ha roto con la figuración por medio de la preeminencia de la figura. La confrontación violenta de la figura y el fondo en la profundidad superficial del plano elimina toda temática y toda simbolización al tensar brutalmente el requisito perceptual de oposición entre la figura y el fondo para potenciar la violencia de la sensación, que es la violencia del acto de pintar.

Con seguridad, Bacon trafica frecuentemente por la violencia de una escena pintada: espectáculos de horror, crucifixiones, prótesis y mutilaciones, monstruos.
Pero se trata de fenómenos de superficie, desviaciones que el artista mismo condena en su trabajo.
Lo que directamente le interesa es una violencia que está comprometida sólo con el color y la línea: la violencia de una sensación ( y no las de una representación), una violencia potencial de reacción y expresión.
Es necesario destacar que lo violento en la obra de Bacon nunca es simbólico, no es una violencia representada sino presente, no expresa en la tela una fuerza brutal que se ejerce en otro lugar que no sea la pintura.
Es la violencia misma de lo humano en tanto sujeto encarnado en un cuerpo orgánico con el que se identifica como yo.
Pero la identidad no viene dada, es una condensación lábil del cuerpo y el lenguaje, una construcción precaria, que resulta desestabilizado en su mismidad, interrumpido en su continuidad cuando experimenta la presencia de algo no asimilable, la presencia de otra cosa. que no es un Otro.
Algo inubicable, extraño que es, también, sí mismo.
Algo que no puede integrarse a la función imaginaria del cuerpo ni a la simbólica del lenguaje, que se presenta como una ausencia, un vacío que rompe la continuidad de los cuerpos y las palabras.
Y esta presencia destructora de los límites del yo, destructora de la línea fronteriza entre el sujeto y el mundo, entre el yo y el otro es siempre violenta.
Y esta violencia irrumpe porque la constitución misma del yo es violenta.
Porque es necesaria una presión constante y brutal para retener la fuga de las fuerzas expansivas internas atrapadas en la Forma constante de una identidad del sujeto con sí mismo.
La violencia es proporcional a la fragilidad, cuanto más frágil, más vulnerable es un organismo, mayor es la violencia integradora de su constitución.

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